Todo son mudanzas. La vida misma es una mudanza. Unos vienen, otros se van, todos devienen. Observo como la gente viene, observo como se van, ajenos al devenir de sus vidas. Simplemente se mueven como empujados por una corriente que les lleva hacia aguas desconocidas. Quizás esa sea la clave. Quizás uno no haya de ser tan nostálgico, quizás no haya que pararse a mirar alrededor, pararse suavemente en medio de cualquier lugar, como si la calle está transitada por cientos, miles de personas. No puedo evitarlo, he de pararme y observar. Mirar en derredor, esa es mi pasión. Otear azules horizontes, que surquen verdeadas olas arbóreas. Ese mágico surtido cromático, que mi ojo tanto agradece y del que tanto gusta mi cuerpo. El azul del cielo es calma, enorme tranquilidad, y a la vez espacio de reflexión, tanto hacia adentro como hacia afuera. Quizás hoy esté sensible, quizás exagero el dolor de mi espalda. Quizás sólo los poetas me comprendan...quién sabe si exagero...cierto es que de mi dolor surgen bellas evocaciones...quizás debería sobreponerme...pero no de momento.
Las nubosas masas se suspenden con divino tacto. Entiendo porque los antiguos situaron allí la morada de los dioses. Un lugar idílico, haud dubie. Pero me siento mejor aquí abajo, sobre la tierra, con las plantas de mis pies descalzas, hundiendo los dedos en la húmeda tierra, como si intentara coger puñados con mis pies. Me veo a mi mismo enraizado en el humus, siento como sube por mis piernas el frescor. Miro de nuevo al cielo. Es entonces cuando se alcanza el orgasmo del alma, aquel que la naturaleza espléndida provoca, ese que nos regala el humus mater. El azul me deposita en un cremoso lecho. Mi cuerpo se hidrata del etéreo fluido. Mi apetito se despierta. Las nubes, candorosas, se me acercan con sigilo. Obtengo de ellas mi alimento, el maná para el de naturaleza sediento...Se me brindan los mejores frutos de las vides de aérea cosecha...Es tiempo de bajar, de descender suavemente a bordo del bajel celeste.
De nuevo siento mis pies, acariciando la tierra. Siento mis brazos ligeros, mis dedos son ramas. Siento las hojas brotar de mi pecho. Mi cabello es la copa de mi arbóreo sujeto. He olvidado ya mi espalda, no me importa, lo entiendo: experiencias he de acumular, del dolor he de aprender, ser su amigo es un placer.
Bienvenidos sean los males, pues me harán más taimado.
Las nubosas masas se suspenden con divino tacto. Entiendo porque los antiguos situaron allí la morada de los dioses. Un lugar idílico, haud dubie. Pero me siento mejor aquí abajo, sobre la tierra, con las plantas de mis pies descalzas, hundiendo los dedos en la húmeda tierra, como si intentara coger puñados con mis pies. Me veo a mi mismo enraizado en el humus, siento como sube por mis piernas el frescor. Miro de nuevo al cielo. Es entonces cuando se alcanza el orgasmo del alma, aquel que la naturaleza espléndida provoca, ese que nos regala el humus mater. El azul me deposita en un cremoso lecho. Mi cuerpo se hidrata del etéreo fluido. Mi apetito se despierta. Las nubes, candorosas, se me acercan con sigilo. Obtengo de ellas mi alimento, el maná para el de naturaleza sediento...Se me brindan los mejores frutos de las vides de aérea cosecha...Es tiempo de bajar, de descender suavemente a bordo del bajel celeste.
De nuevo siento mis pies, acariciando la tierra. Siento mis brazos ligeros, mis dedos son ramas. Siento las hojas brotar de mi pecho. Mi cabello es la copa de mi arbóreo sujeto. He olvidado ya mi espalda, no me importa, lo entiendo: experiencias he de acumular, del dolor he de aprender, ser su amigo es un placer.
Bienvenidos sean los males, pues me harán más taimado.
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