Inspirado en 'Marinero en tierra' y en el horizonte...
Recorro las calles, con las manos entrelazadas detrás de la espalda.
Camino despacio, como sopesando cada paso.
Observo, relajado, el entorno por el cual me desplazo.
He transitado estas calles durante casi veinticinco años.
He visto cambiar cosas. Se han modificado a base de sudor y andamios.
He atravesado descampados, alguno de ellos con ligeras lomas dentro.
Para mi eran enormes mesetas, cuando era yo pequeño.
Recuerdo una figura, difusa ya en mi mente.
Vertía en su coche, del bidón vertía el aceite.
Recuerdo su coche blanco, magullado por los años.
Recuerdo un enorme charco, negro azabache, el coche sangrando.
Barrio obrero, sin dudarlo, el barrio del que soy habitante.
Barriada de casas que, unas encima de otras, albergan esperanzas.
Son pequeñas luces, que se encienden y se apagan.
Algunas se apagan para siempre, sus vidas en el barrio se acaban.
Pero las luces de mi candil, nunca lucieron tan nítidas ni tan intensas como lucen ahora.
Lucen que te lucen, lucen como luce la aurora.
Amanezco a mi nuevo día.
Mi alma se enardece.
Me sorprendo, de repente:
veinticinco años han hecho falta, nada más, y nada menos.
Un cuarto de siglo...¡La nostalgia!... Patria mía, cuanto añoro tus frescos henos
Y es que veinticinco años han echo falta para darme cuenta de que mi alma no pertenece a este feudo.
Mi patria es la vida.
El viaje mi elemento.
Preparo mi partida.
Mi rumbo: la mar, los cielos.
Todo este tiempo me ha servido para ir atando cabos,
y ahora es ya, momento de soltarlos.
Parto, suelto amarras, amanezco, levo anclas.
Pero el destino me ha jugado, con una de sus sutiles bazas.
Mi espalda ha golpeado, y aún no puedo elevar las anclas.
Me lo tomo agradecido, ya que me proporciona un cierto tiempo,
en el cual ato los últimos cabos, remiendo velas, aseguro estribos.
Y es que ciertamente me alegro de poder poner a punto mi nave,
con la cual pienso partir, en cuanto el tiempo lo permita, hacia mi añorada patria.
Patria mía, ahora te recuerdo, y nunca más que ahora.
Es mi cuna el horizonte, curvo bajel de mis anhelos y de mis realidades.
Veinticinco años, nada más y nada menos, para darme cuenta de que soy un inmigrante.
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