Ésto va en memoria de mi querido Zaratustra, el pequeño gorrión que me encontré hace unos días y que, debido a una caída fatal, se fracturó su débil cuello. Cuando le encontré ya era tarde. Lo único que le quedaba en su vida era agonizar por el dolor. Me costó hacerlo, pero le acabé de partir el cuello para acabar con su agonía. En dos días, Zaratustra, el pequeño gorrión, me enseñó más que la mayoría de las personas que he conocido hasta ahora, salvo contadas excepciones, incluido, por supuesto, yo. Ésto va por ti, querido amigo, y trata sobre un tema del cual hubiéramos podido debatir largo y tendido: la hipocresía.
El mundo está lleno de hipócritas, mi querido amigo. Y eso que sólo conozco una pequeña parte. Aunque ahora, gracias a la revolución de la información, uno puede enterarse de muchas cosas y, lo que es mejor, observar la realidad a través de muy diversas fuentes independientes entre si. Al final de un proceso exhaustivo de investigación y contrastes, uno puede construirse una visión bastante acertada a lo realmente ocurrido en lugares que quizás uno no pise en la vida. Y no me estoy refieriendo sólo al mundo del politiqueo y demás. Yo mismo, me encuentro rodeado de hipócritas, por todas partes. Es realmente agradable encontrar a una persona que diga la verdad. Aunque cada vez siento más placer cuando advierto que alguien me está mintiendo, o que sencillamente maquilla la realidad en su beneficio, que es lo más habitual. Todos interpretamos la realidad en función de nuestros intereses personales.
Lo anterior sobre la mentira. Ahora, sobre la antípoda, es decir, los sinceros, gente que desnuda el alma. Qué no se emocione el lector, porque, aunque yo me quedo con estos últimos, el efecto es también devastador. Diré el porque. He escuchado a gente enormemente sincera, y realmente he sentido asco, en ocasiones hasta vergüenza ajena, sentimiento por otro lado inútil y absurdo. La mayoría de las veces que he escuchado decir a alguien la verdad, ha sido para dejar claramente definidos sus intereses, para limitar los de los demás o para ambas cosas. Y especialmente en la gente joven, más espontánea y visceral, que no duda en insultar gratuitamente a las personas equivocadas. Los adultos, hasta que alcanzan la edad madura, van aumentando exponencialmente el ritmo al que sueltan mentiras. Fascinante.
Todo ésto me trae a la mente una teoría con la que he venido trabajando desde hace algún tiempo. se me ha ocurrido este modelo a partir de observar pasivamente la realidad que me rodea. Saliendo a la calle, se fue modelando poco a poco sobre mi cerebro una idea bastante digna, sobre la cual reflexionar, a saber: la vida actualmente es y siempre ha sido lucha de egos. Ésta idea surgió en mi, principalmente, debido a la observación de la gente joven. ¿Porqué? Porque es en la etapa de la adolescencia especialmente cuando los seres humanos desarrollamos con más notoriedad todos nuestros instintos reproductivos. He observado, desde la distancia de mi edad y mi experiencia, a grupos de adolescentes, en plena efervescencia hormonal, ávidos de practicar sexo a cada instante, considerando en todo momento a potenciales parejas de copulación. Y ciertamente he sentido enorme regocijo cuando he visto toda la suerte de máscaras y disfraces con las que se disfrazan todos a la hora de buscar el acto sexual. Habrá algunos que de verdad se enamoren, pero en efecto, la mayoría sólo buscan la copulación, de forma reiterada, con la misma o con distintas personas. He hablado del ego. Y si, la vida de la mayoría de las personas se basa en un juego en el cual ponen sus egos sobre el tablero. Gana el más chulo. Seré más gráfico. Todos los animales buscan la reproducirse, procrear. Para ello, deben competir, puesto que las plazas son limitadas y no todo el mundo pude mojar, o mejor, para mojar, se ha de tener el visto bueno, de forma recíproca, de los componentes del juego sexual, con el fin de llegar al objetivo principal: la copulación. Por lo tanto, se establece una competición evidente. En cada especie animal hay una serie de cógigos determinados que entran dentro del juego del cortejo. El ser humano, como animal(los que no comparten este punto de vista, son ciertamente los más animales de entre todos los humanos, animales con cerebros únicamente reptilianos, que aún no disfrutan de un neocórtex bien desarrollado), dispone, pues, de sus códigos reproductivos. Conocemos bastante bien al ser humano. La complejidad y diversidad de sus ritos, costumbres, manejos sociales, hace muy difícil encontrar líneas directrices sobre dichos códigos. Pues bien, sólo hemos de mirar al resto de animales para buscar éstos códigos generales, que funcionan de forma universal, a nivel abstracto si se quiere, pero que formalmente se diferencian únicamente en las posibilidades que ofrecen las morfologías de cada especie. Centrémonos en el grupo de los mamíferos, del cual somos integrantes. Miremos, por ejemplo, a los primates superiores, en general. Sus juegos, sus interacciones, sus cortejos, la forma en que copulan, la manera en la que se acicalan, como los machos demuestran su superioridad física. Todo ello girando entorno a un eje central: la sexualidad. Ahora miremos al ser humano: todos, a nuestra forma, queremos ir siempre guapos/as, bien parecidos, nos hace sentir bien el agradar el saber que llevamos un buen aspecto, acorde a nuestros gustos. Pero esta sensación es originada subconscientemente porque sabemos que vamos a agradar a los demás, especialmente a los del sexo con el cual nos interese practicar sexo, aunque también con los del otro sexo(con el que no queremos practicar sexo), pero en el sentido de competencia, es decir: - Que bien me siento porque mucho más guapo que los demás competidores sexuales.
Trataré de resumir y no hacer como siempre... (Continuará)
espero la continuación, magníficos tus textos, sigue así, da gusto leerte, aunque, ... ¿Aguantas el observar todo lo que te rodea de esta manera? Se puede criticar todo pero,... mmm a la larga yo solo veo el camino de la destrucción. No sé, estoy estoy estoy empanado y además tienes que escribirme amigo victor, que haría sin tus escritos, despues de leerte me apetece abrazarte.
ResponderEliminarLo de los egos lo confirmo! sin lugar a dudas que nos hemos convertido en lo que nos hemos convertido al mezclar irresponsablemente (Dios ,quizá?) capacidad lingüistica con instintos reproductivos. También los traumas sexuales que tenemos los humanos están exponenciados por la ocultación del sexo y por la enorme y elevada proporcion de competidores que tenemos (en las ciudades)
blabla, no sé ni bien lo que digo, me cuesta escribir por ordenador, solo quédate con el abrazo
¿Qué coño dice el mendas este vagabundo nosequé?
ResponderEliminar/rascarse orificio excretor