El mundo actual se basa en los elitismos. Todos los seres humanos, desde los más pobres a los más ricos, ocupan su lugar dentro de la elitocracia capitalista global. Y es que el capitalismo, como una suerte de agujero negro social, absorbe a su paso todo lo que entra en su área de influencia. Una de sus estrategias fundamentales es la que se podría llamar como la técnica del espejo. Las grandes potencias mundiales capitalistas, que situaremos en el centro del modelo centro periferia, colocan potentes espejos en los territorios de la periferia que, de un modo similar a los que utiliza Valle Inclán en su luces de bohemia para reflejar el esperpento, dan una imagen de si mismos a las personas de esos lugares totalmente occidentalizada. Ya no son los que creían que eran. Ahora necesitan consumir productos que nunca hubieran imaginado necesitar...En muchos casos ni siquiera sabían de su existencia. Derepente se sienten inferiores con respecto a las personas del centro, que poseen grandes propiedades, lujosos coches, ropas caras y llamativas... Surge en ellos el deseo de llegar algún día a ser como los modelos que ven reflejados en su nuevo espejo, regalo ofrecido por los imperios capitalistas, en una suerte de caballo de Troya contemporáneo: ser grandes propietarios, vivir en el lujo y la ostentación, etc. Es una estrategia letal que está resultando ser altamente eficaz. Su eficacia está más que contrastada. Un ejemplo clave está en los países pobres. En éstos países, las gentes, concebidas ya a si mismas como lo que ven reflejado en su nuevo espejo convexo-capitalista, añaden a su anterior deseo de llevar una vida digna, el nuevo deseo, pilar de la aberración del carpe diem llevada a cabo por occidente, que consiste en 'disfrutar de la vida consumiendo'. La vida gira en torno al consumo. Uno tiene que trabajar para 'vivir mejor'. Y ésto significa alcanzar un poder adquisitivo que le permita a uno costearse esas 'necesidades básicas' que ha de poseer una persona para poder desarrollarse como tal y ser feliz. Si uno expresa su opinión de que no quiere comprarse un coche porque prefiere medios de transporte como el tren, el autobús o el avión, especialmente entre los jóvenes, normalmente no es entendido, o puede que lo sea, pero lo que está claro es que todos conciben que el coche significa comodidad, rapidez, libertad... Todo ésto es cierto. Ir en coche es más cómodo, uno va directamente a donde quiere ir, y además llega antes. Todo parece indicar que hay que comprarse un coche. ¡Pues yo no quiero un puto coche, ni híbrido ni ostias! Yo lo que quiero es una bicicleta. Estamos todos con el tarro comido. Nos han vendido el modelo de la comodidad, de la perfección... Hay que buscar la perfección en la vida: uno puede planificar un fin de semana a su gusto, seleccionando los destinos, los lugares exactos que va a visitar, como llegar a ellos. Todo eso desde la comodidad de un vehículo propio. Pues yo no quiero esta puta comodidad, que atrofia los cerebros y los cuerpos. Yo quiero cogerme un autobús. Quiero montar en un tren y hacer un recorrido durante horas, compartiendo con las gentes del vagón. Charlar sobre la vida con ellos, intercambiar experiencias, disfrutar de momentos de soledad paseando entre vagones, contemplar los cambiantes paisajes, si se puede, disfrutar de la fuerte brisa impactando en el rostro... Eso es para mi sentirse vivo. Buscarse la vida en regiones remotas para encontrar algún transporte que nos saque de aquel lugar recóndito, sin tener la certidumbre de que podremos salir de allí cuando queramos y hacia donde nos plazca. Esa comodidad me apesta, le quita a la vida todo su sentido. La vida ha de ser incertidumbre, ha de ser azar, y no destino precocinado, comercializado y empaquetado, con cheque regalo y todo. La vida es la aventura de no saber lo que ocurrirá, y especialmente de la voluntad de no querer saberlo, simplemente de amarlo cuando llegue, de gozarlo y, muy importante, de agredecerlo sin dudar, de alabarlo con una convicción instintiva. El espejo del capitalismo refleja una vida determinista, una vida que se ha de predecir, en la que uno debe asegurar su posición, para no caer en la escala social, para no correr 'peligro'. Con ese miedo es con el que fundamentalmente juegan los gobernantes y los grandes jerarcas de los estados-nación. Son conocedores de los instintos de supervivencia de cualquier persona, y los explotan de todas las formas imaginables, en todos los campos de la psicología humana. Es un modelo que está profundamente arraigado, y que trasciende a colores políticos o a cualquier sentimiento nacional. He ahí una de las grandes creaciones del capitalismo global. Las clases más altas de la sociedad han llegado a un gran acuerdo, quien sabe si de forma inconsciente, para que, esté el poder en manos de quien esté(siempre dentro de las clases altas, por supuesto), el modelo se mantenga, en esencia, invariable, como así sucede desde la conquista de América. Es decir, que no importa quien esté en el poder, eso resulta a efectos algo meramente formal. Lo que importa es que el sistema viva, que se reproduzca, que se desarrolle...Ya que es de este sistema del cual las clases más altas succionan la materia prima de la cual alimentan sus vastas, ostentosas, jactanciosas, absurdas necesidades. Hemos visto como el sistema capitalista se ha desarrollado, ha variado, se ha adaptado y sigue haciéndolo, incluso asume mutaciones si es necesario. Pero si observamos atentamente, veremos que su genética sigue siendo la misma. El resumen de su código genético podría englobarse en la palabra BENEFICIO. El beneficio es la causa y a la vez el efecto, es el fin que justifica todos los medios. Por supuesto cuando decimos esta palabra, entendemos siempre que el beneficio es algo para sí mismo. Un beneficio propio, por supuesto. Los grandes estrategas del sistema han conseguido naturalizar esta connotación de la susodicha palabra, hasta el punto de enquistarla en los subconscientes de las personas. Y es que claro, en el beneficio propio se basa todo, y es fundamental que, especialmente los más pobres, tengan bien metido ésto en la cabeza, ya que son la carne fresca de la cual se alimentan nuestros hornos industriales modernos. Como imagen alegórica, podríamos pensar en el cuadro La fragua de Vulcano(abajo), del gran Velázquez.
En nuestra alegoría, el dios Vulcano(el Hefesto griego), sería la deificación, en un cuerpo presente, de toda la cúpula aristocrática del mundo, de toda la clase alta, tanto del poder como del capital. Los trabajadores asalariados de la fragua, seríamos los trabajadores de las clases medias y bajas de la sociedad 'desarrollada', los engranajes debidamente engrasados y siempre prescindibles del sistema. Y los metales que se pueden apreciar, especialmente el que aparece al rojo vivo sobre un yunque, en el centro de la imagen, serían las personas pobres,mayoría en un planeta idílico(para los dioses, por supuesto), que está lleno de filones de materia prima, de carne 'subdesarrollada', que ha de ser usada como fuerza de trabajo, poseída prácticamente por derecho, al igual que un agricultor se agencia de dos bueyes y los une mediante una yunta, colgándoles detrás un arado para que realicen el trabajo pesado. En ningún caso los bueyes pueden elegir su destino, que les viene impuesto por el yugo que les impone su propietario. Son mano de obra barata, inferior, que puede ser explotada a antojo. Nuestra laureada clase media, los que habitamos el famoso estado de bienestar, somos meros mediadores entre los de arriba(élites minoritarias) y los de abajo(mayorías paupérrimas). Los de arriba nos proporcionan el material para trabajar, para moldear, a golpe de martillo capitalista, el metal 'subdesarrollado' o 'en vías de desarrollo'. Nos hacen ocupar un puesto en la cadena de procesado, y además son considerados, proporcionándonos buenos aceites y cremas para que no suframos deshidratación. No aceptar el puesto significa correr el riesgo de pasar a formar parte de los metales que, al rojo, son masacrados, aporreados, expoliados de su forma original y convertidos en beneficio productivo para la cumbre del monte Olimpo del capitalismo. Y es que ellos son nuestros héroes, nuestros modelos a seguir, nuestro máximo exponente de la vida que nos gustaría llevar. Vivimos en una mitología de a pie, poniendo continuamente nuestra vida en paralelo con las vidas de los más ricos. Llegamos a la conclusión(aunque algunos nunca llegan), de que los puestos más elevados en la jerarquía del capitalismo, son prácticamente innaccesibles. Pero esa conclusión no nos quita el deseo profundo, el sueño de llegar a ser 'alguien'. Algunos, en su ambición, encomendarán su vida a medrar en sus capacidades adquisitivas, y en la mayoría de los casos se acabarán dando un duro golpe contra una pantalla de cristal invisible e indestructible. Pero, pertinaces y obstinados, continuarán estampándose una vez tras otra contra dicho muro insalvable. He visto casos de gente que al final consigue romperlo, a fuerza de golpes frontales. Pero es tal el estado en el que llegan al otro lado, que mejor habría sido no intentarlo. Están ya, por fin en el lugar tan anhelado, pero a que precio: están echos polvo. Por eso, los únicos que habitan gustosa, plácida, lujuriosamente en el lado más voluptuoso, más fastuoso, en el lugar en el cual se cometen los mayores excesos, donde se escenifican las mayores aberraciones, de todo carácter, que uno se pueda imaginar(o no)... Allí donde habitan los 'dioses', legitimados y ascendidos al trono por nuestra sociedad. Los únicos que allí son habitantes de pleno derecho, los únicos que son realmente, a efectos, población perenne del lugar, son los que nacen allí mismo, los nativos del lugar, los que son mecidos en cunas de oro y se divierten con juguetes de platino y diamante. Esos cuyo destino es convertirse en los grandes arquitectos del sistema que sustentan sus ascendientes. Esos que llevarán a cabo las reformas estructurales necesarias sobre cualquiera de los ejes del sistema que así lo necesite(sistema financiero, por ejemplo). Porque es bien sabido que algunos de los muros maestros del capitalismo están ya más que resquebrajados. Pero estos grandes arquitectos de sistemas se encargan de tapar los agujeros según vayan apareciendo. Han pasado de ser profesionales coherentes con sus directrices a convertirse en una suerte de chapuceros que, llana y cemento en mano, van cubriendo grietas, tapando los agujeros consecuencia de los excesos cometidos por sus padres, abuelos... Pero parece que no se huelen que, por muchas reformas que hagan, el sistema se les viene encima. Son demasiados los fallos estructurales. Los arquitectos originales no construyeron sus edificios sistemáticos pensando en su futuro desarrollo; simplemente los construyeron pensando, como no podía ser de otra manera, en sacar el mayor beneficio posible en aquel momento en concreto.
Lo que peor me huele de todo ésto, es que los jefes de construcción, delineantes, arquitectos y demás personajes que desarrollan, mantienen, modifican, o mejor, ponen parches en el sistema, sean perfectamente conscientes del estado de salud general del edificio y que sepan que por muchas chapuzas que se hagan para salir del paso a corto-medio plazo, el edificio se acabará derrumbando con todos dentro. Y además, son conscientes también de que en tal caso, son los que más probabilidades de sobrevivir tienen, porque sabrían perfectamente cuando el edificio se vendrá abajo, y ya habrán tomado medidas, para salvaguardar sus personas, por supuesto(beneficio). Pero claro, a todo ésto, nadie nos avisará, y sencillamente moriremos, asfixiados, sepultados entre los escombros del capitalismo.
Buena suerte a tod@s...
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