Pomposas vistas me rodean. ¡ Oh loados árboles ! ¡ Oh, hermosa fuente ! Que tu acuática melodía eleve mi alma hacia el infinito celeste. Un azul como jamás fue visto por mis ojos, coronado por el omnipotente Helios, cuyos áureos rayos bañan mi dicha. Aquí, sentado en el arbóreo banco, cuyos brazos se componen por templado acero, siento la paz que siempre anhelé, y me desbordo en alabanzas hacia la que considero su origen, así como su destino. Es a ti, Naturaleza, a quien desde hoy me encomiendo, al igual que el beato se somete a sus ídolos, yo a ti, Naturaleza, hoy coloco en el centro de mi alma, así como de mi corazón. Tú, que me has enseñado a disfrutar de la vida. Tú, que me has salvado del infierno que para mi ésta era. ¡ Oh etéreo celeste ! Te tornas ahora para mi elemento prácticamente palpable. Quiero tocarte. Evoco en mi la sensación de tenerte, suave y dulcemente, entre las yemas de mis privilegiados dedos. A ti es hacia quien elevo ahora mi mirada, a ti hacia quien ahora dirijo, en este soleado día, mi humilde canto:
Tu azul es tan hermoso, que toda mi atención concentra. Tu superficie, por completo despejada, lleva a mi alma a reflejarse en ti, y la hace sentir como sentiría, si pudiera, el mar en su superficie un día ajeno a todo viento: un espacio perfectamente plano, que se convierte en lúcido reflejo de la grandeza ante la cual se sitúa. Así mi alma, como el mar, hacia ti se orienta, y recibe el don de tu plácida natura. Esa es mi alma, el espejo hipersensible que todo lo refleja con hiperbólico detalle, ya sea lo placentero o lo doloroso. Por ello, y como antes dije, es a partir del día de hoy cuando me convierto en el más cercano, íntimo seguidor de tu gran obra pacificadora de todas las terrenas almas, salvo las de la humana mayoría, que voluntariamente se resisten a tu bálsamo, y dan la sensación de querer vivir de tan múltiples, enfermizas formas, como sólo las conoce el animal que a si mismo se ha puesto nombre y cuyo instinto más arraigado es el de reprimir todos los demás instintos. Mi alma se ha hecho consciente de esta deplorable situación, y requiere, implora, desea y exige el curativo bálsamo que a diario derramas, ¡ Oh, gran belleza !, desde el alba hasta el ocaso. Requiere, y en ti ha encontrado, este día justo, con el sol que lo atestigua, su más elevado, transparente, sincero maestro. ¡ Oh, cuna de templanza ! Hogar de la paz, ahora comprendo porque todas las religiones se sirven de ti para situar la morada de todos sus falsos dioses. Pero yo, ajeno a todo ese elenco de idiotas que no saben apreciarte como debes ser apreciada, me dirijo, directamente a ti, con mi alma desnuda. Y para poder desvestir tan íntima parte de mi ser, es necesario que antes desvista mi cuerpo. Para llevar a cabo tan sincera acción, me colocaré en la siguiente forma: tendido sobre la hierba de una fresca pradera, con mis extremidades extendidas. Así me verás en mi verdadera naturaleza, así como me vieron los primeros rayos que acudieron desde tu superficie a bañarme después de salir de la matriz materna, así como por primera vez fueron mis ojos vírgenes estimulados, asombrados por tan espectacular evento.
Hoy, casi veintiséis años después, me abro a ti para que, de nuevo, como hiciste ya sobre mi cuerpo recién nacido, bañes todos y cada uno de mis expectantes sentidos, y me hagas así renacer al nuevo día.